Monday, May 14, 2012

Pa(i)sajes


de Luis Felipe Castillo, narrador, ensayista y profesor universitario.

A P.C. y   G.M.
A  R. H.

Reconozco que la idea es de Paula. Ella ha estado coqueteando (ella es así) con la escritura de lo que ha denominado “la novela académica”; posee el marco de la intriga y algunos fragmentos boceteados. Todo ocurriría durante un simposium en el que una profesora (el as del momento en eso de “recontar la historia del siglo XIX y releer sus discursos e iconografías”) es asesinada en la habitación del hotel en que se hospedan los asistentes. Para los organizadores es toda una tragedia: se les terminan los almuerzos en mesones de lujo, el show, la aventura de salir en las páginas literarias y decir cosas como “si el siglo XIX fue el de la novela, el XX es el de la crítica y de los estudios culturales”; también se les disipa la posibilidad de un intercambio con instituciones prestigiosas (Berkeley, Stanford, Yale, Pittsburg, Columbia).
A la muerta la reclama su parentela desde Buenos Aires o Santiago de Chile, pero la justicia venezolana y el hecho de que hablan siempre de la Doctora Del Pratt, cuando por documentos hallados en el equipaje de la occisa, se tendrían que referir a la Magíster Del Prat (con una sola T), hace que el procedimiento sea muy engorroso. Por supuesto, los invitados que no han llegado al país cancelan su participación en el evento (“Venezuela es pavosa”, dicen) y los que están aquí no pueden hacer otra cosa que permanecer en Caracas, por órdenes de la policía.
Lógicamente, sobran los posibles culpables. En un ámbito en el que abundan la competencia y las ganas de “brillar”, los odios aparecen con frecuencia. Y todas aquellas almas que deseaban aprovechar la oportunidad y sentirse De Certau, Todorov, Foucault, Berman, Anderson, Deleuze, Rama, Lyotard, Van Dick, Derrida, Guattari o la Kristeva se ven reducidos a meros, simples sospechosos de asesinato… Qué raya.
Paula, a quien toda la vida le ha gustado la urdimbre detectivesca, recurre a la estructura del policial clásico, y echando mano de las enseñanzas de Edgar Allan Poe, Wilkie Collins, Conan Doyle, Gaston Leroux, G.K. Chesterton, Agatha Christie, S.S. van Dime, Dorothy Sayers, Remintong Steel y Murders She Wrote forja un personaje mezcla de private eyes con investigador literario no deslumbrado por las modas y el exhibicionismo. Así, entre una cantidad de frustrados “estudiosos” (los extranjeros no pueden disfrutar de Mochima, Morrocoy, Margarita, Bahía de Cata; los nacionales pierden la oportunidad de firmar convenios e ir a Brown, Boston, Nueva York, Los Ángeles, San Francisco, etc.) surge la figura de una joven de ascendencia francesa, ojos rubios y pelo ídem, que además de docente universitaria y ducha en el modernismo (en los ciclos de hastío lamenta no haberse dedicado a Proust, Baudelaire, Flaubert, Maupassant, Stendhal, Mallarmé, Verlaine, Rimbaud), es detective privado para completarse el sueldo. El modelo es Kate Fansler, la protagonista de las novelas de Amanda Cross, de quien sabemos que es liberal, feminista, culta… y que está enamorada de su marido. Así, la francesita, que en diferentes circunstancias habría tenido que rechazar insinuaciones de viejos babosos que dirigen un Departamento de Español y Portugués, o de mujeres de línea dura que muestran en su currículo haber “demostrado”, en los ochenta –cuando estaba en boga– la producción literaria de Isabel Allende, Angeles Mastretta, Laura Esquivel, Ana Lydia Vega, tiene la oportunidad de restituir el orden en ese universo desbalanceado que es el jet-set de la crítica venezolana y latinoamericana.
La novela se organiza en capítulos. Hasta el presente, Paula los ha llamado de la siguiente manera:
1.-Perspectivas.
2.-Más rizoma serás tú.
3.-Pa(i)sajes.
4.-(Des)escrituras.
5.-Vías de acceso: entrando y saliendo de la modernidad.
6.-Nación y género: lectoras púb(l)icas.
7.-Ciencia-fricción: contactos (sub)alternos.
8.-Nuestra historia en el filo de las contradicciones.
9.-Heterologías.
Yo únicamente voy a desarrollar en estas páginas el Capítulo 3 y dejo a la dueña de la idea la tarea de conciliar tantos egos en un mismo libro. Ella es una mujer de grandes proyectos. Sé que ha entrevistado a misses exitosas y galanes de televisión con el propósito de entender el perfil de las vedettes en estudios culturales. Creo que transita el camino correcto.
Asimismo, pienso que dentro del panorama actual de la narrativa venezolana sería un atrevimiento y un nadar contra la corriente el que alguna editorial publicase una obra con ese tema que nuestro –bien lejos, el de ellos– Luis Manuel Urbaneja Achelpohl hubiese tildado de exotista y no sintonizado con las necesidades de esta tierruca amada que clama por una literatura nacional.
Esto forma parte de los riesgos.
Bueno, yo, plagiario siempre, sólo me ocuparé de un fragmento, el intitulado “Pa(i)sajes”. El resto se lo dejo a Paula.
“Pa(i)sajes”
“…El autor no es, pues, un “outsider” o una conciencia crítica, sino un experto encargado de materializar en el campo simbólico la labor política realizada por el grupo en el poder. Es el constructor de los símbolos de la nacionalidad, aunque ahora con un nuevo código que percibe de un modo distinto al “pueblo”. En efecto, el “pueblo” es tomado como referente cultural e integrado en calidad de figura, previo maquillaje y enmascaramiento… Muchas gracias.”
Con estas palabras Justine Godard cerró su ponencia y se dispuso  a recibir la ovación de los circunstantes. Les había dado en el culo y no tendrían más alternativa que aclamarla. Sin embargo, la cosa no fue así. Los legos no entendieron mucho y los Maestros, esos seres transformados por la postmodernidad en seguidores de Leonardo y Galileo –son al mismo tiempo antropólogos, sociólogos, filósofos, poetas, científicos, etc.; lo único que les falta, aparte de leer, es pintar–, esos profesionales que han abandonado la parcela de las letras y engastado sus razones en el marco de la cultura de fin de siècle, la aplaudieron lo necesario, porque hacerlo mucho hubiese sido reconocer que otro –ese otro que tanto los atormenta– puede producir algo valioso.
Justine miró a su alrededor, contó hasta diez y vio cómo la sala quedaba desierta. Se levantó, guardó sus papeles y fijó su mirada en el programa…

Meses más tarde, en una noche de alcohol, Alena Bruzual, una venezolana que sí estudiaba en U.S.A. y que por esa fecha visitaba a su mamá, aquí en Caracas, le diría a Justine:
–No te aplaudieron porque son unos envidiosos.
–No. Lo que pasó es que esperaban que hablara de la identidad, o sea, del chinchorro, el dulce de leche y el conuco. Qué va, chica. Yo bailo salsa, no “El pájaro guarandol”.

El simposium se había llevado a cabo a pesar de todo. Las plazas de quienes no quisieron venir al país fueron cubiertas por una(o) que otra(o) carajita(o) que mostraba su figura “en el medio”. Por supuesto, eso le quitó brillo. No es lo mismo un lindo cuerpo y/o unos artículos (o no) que una invitación a los Estados Unidos.
Luego de la muerte de la Profesora Del Prat(t) y de dos jornadas de suspensión de actividades, se reiniciaron las conferencias. Hubo palabras de los organizadores. Un tipo de cara gibosa, dientes verdes y mal aliento, llamado Anaximandro Urdaneta y a quien decían Nosferratu, impregnó la sala con el vapor de sus bacterias  bucales y  chistes  idiotas –siempre se ha creído iconoclasta–, para terminar pidiéndole a los concurrentes que en nombre de Dios y la Virgen, y de la difunta, guardaran un minuto de silencio. Él, desbordando su cursilería, se colocó una cinta negra en el pecho, sobre el corazón.
En el auditorio alguien gritó:
–Así es Nosfi… ¡Viva María!
Y el espécimen casi entonó, con lágrimas en los ojos:

Cordero de Dios que quitas
el pecado del Mundo
Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios que quitas
el pecado del mundo
Danos la Paz

Pero volvamos a lo que nos interesa.
Justine, una vez contratada desde el sur que, con su rico pasado, nunca tuvo fe en los buenos oficios de la legislación criolla, barajó múltiples hipótesis.
La primera que examinó fue que lo ocurrido había sido resultado de los terribles “celos profesionales” que se desencadenan en el momento en que un crítico es más ovacionado que otro en una determinada reunión. No hay ego que pretenda manejar la Filosofía Occidental y etc. que tolere eso. El lema “Enemigo es aquél a quien aplaudan más que a mí” ha convertido en un arcaísmo al clásico “Publish or perish”. Y por ahí encaminó su pesquisa nuestra joven y rubia amiga. Ahora, siendo la muerta una luminaria, los odios podían ser muchos y los presuntos culpables casi infinitos. Pero, oh, sorpresa: Francine Del Prat(t) era admirada. Su influencia en los Departament of Romance Languages era una cualidad que a muchos convenía.
Después de perder tiempo intentando encontrar un enemigo de la Del Prat(t), buscó otra alternativa. Total, se dijo, si Guillermo de Baskerville averigua la verdad apoyándose en principios falsos, que ella hiciera lo mismo no constituiría ninguna impiedad.
Pasó a manejar la tesis del crimen pasional.

Justine Godard ojeaba una revista ¡Hola! Mientras esperaba ser atendida. El acceso al cuarto en que fue encontrada muerta la Del Prat(t) había sido restringido, pero ella se fiaba en sus encantos y su dominio del francés para acceder al lugar de los acontecimientos.
Cuando, por fin, la secretaría le comunicó que el Doctor Sarmiento la aguardaba, vio el reloj y se dio cuenta de que iba a ser muy difícil: había hecho una antesala de una hora. Sin embargo, estaba pertrechada, con las armas y las letras.
El gerente la invitó a pasar y se disculpó con una sonrisa manchada de nicotina que combinada con el pelo engominado.
–Señorita Godard, le ruego me disculpe. He tenido mucho trabajo. Mi secretaria me ha dicho que usted está interesada en hablar conmigo acerca del asunto Del Pratt.
–Del Prat(t) –lo corrigió Justine.
–¿Cómo?
–Olvídelo.
–¿No es así?
–¿Qué?
–Que usted quiere hablar conmigo acerca de la Profesora Del Pratt.
–Sí –respondió Justine, quien aprovechó e inició su maniobra. Ella piensa que los hombres (menos su marido) son perros de Pavlov: una batida de pelo, una picada de ojo, un movimiento de la boca, así, estimula notablemente la producción de testosterona, dice.
Sarmiento acusó el golpe: Justine le pareció más atractiva que  segundos atrás. Se tocó el bigote y encendió un cigarrillo.
–¿Fuma, Señorita Godard?
–Estoy tratando de no hacerlo.
–Le oigo entonces.
–No es un secreto que el hotel agencia eso que llaman latin lovers a todas aquellas mujeres solas que así lo… ¿Cómo decirlo?
–Deseen –apuntó Sarmiento.
–Necesiten –dijo, veloz, Justine.
–No me inmiscuyo en lo que cada quien hace en su habitación. Ahora bien, no tengo nada qué ocultar. En efecto, a la Profesora Del Pratt la visitó varias veces un joven que ofrece sus servicios a damas solas. Ya la PTJ está enterada. Ese mismo joven que le brindó su calor a la profesora no trabajaba aquí la noche del crimen. ¿Dónde estaba y con quién? Señorita Godard, no lo sé.
Justine sacó un cigarrillo de su cartera. Lo encendió sin ver a Sarmiento. Este, al otro lado de la mesa, la miró divertido.
–No creo que usted deje de fumar. Le gusta demasiado. Además, se ve muy bien con un gauloise en la boca.
Justine sonrió. Nunca pensó qué habría de ser tan fácil.

–¡Catira, te lo cogiste! –gritó Alena.
–Un momentito. No le aflojé. ¿Qué te pasa? Soy una profesional.
–Del colchón, hija, el colchón.
–No chica. Era una ruina y tú muy bien sabes que yo abandoné la arqueología.
–¿Me vas a decir que superaste tu Edipo? No exageres coño.
–No me acosté con él.
–Ajá, está bien. ¿Y qué hicieron? ¿Hablaron de la gauchesca?
–No, aunque sí me dio la ponencia de la Del Prat(t). Él la había guardado. La camarera que descubrió el cuerpo lo llamó de inmediato. Sarmiento fue volando y vio unas páginas en la mesa de noche. Pensó en un diario, en una confesión de esas a que son adeptas algunas personas. Pensó en su prestigio, en el de su hotel si ahí se mencionaban los buenos servicios que daban, y se llevó las hojas. Apenas salió de la PTJ, se fue a su oficina y leyó la vaina. Era una artículo acerca de los “géneros”. Imagínate qué ridiculez…También le dio miedo restituir el legajo.
–¿Y te lo dio a ti? ¿A cambio de qué? Señor… Dos cervezas, por favor.

Justine abandonó el hotel con los folios guardados en la carpeta que le habían obsequiado justo antes de la conferencia inaugural. Recordó las palabras de una de las vacas sagradas de la cultura venezolana y especialista en el siglo XIX, esa centuria que a ella, en su infancia, le pareció dominada por Julio Verne. Las recordó porque esa ponencia le interesaba, hasta la grabó. Y la escuchó varias veces. No lo podía creer: era una mierda.
“No se puede ser tan rebuscado”, pensó. “Cierto, Landaeta introduce la “cinceladura” modernista en su novela, está bien; pero coño, es un folletín, una novela rosa, parida en una semana y por encargo. Demasiado hizo. No hay profundidad. Lo simbólico es ramplón: Sol es la luz; Lucía –sí, el copretérito del verbo lucir– es la mala, la que se corrompe, la vil. Por favor. Y esa prosa macarrónica: “Lucía, una flor que el sol encorva sobre un tallo débil… esplende su fuego el mediodía”… No me jodas”.

La Catira corrió hacia el estacionamiento. Eran las dos y media y para las tres estaba pautada una charla en torno a “Cultura y naturaleza”. Además, codearse con el jet-set podía ayudarla en el plano de la investigación, literaria o policial. Así que se apuró. En otro momento miraría lo escrito por la Del Prat(t). A ella le daba dolor de ovarios esa distinción que habían hecho algunas mujeres con los roles sexuales. “Ahora somos género femenino. Qué abuso. Soy mujer y pertenezco al género humano. ¿Qué es eso?”.

–¿Y te pagaron en dólares Catira? Señor… Dos bien frías.
–Sí, me depositaron, desde Buenos Aires, en una cuenta que abrí en el City Bank.
–¿Y la Del Prat(t) no era chilena?
–Su familia vive en Argentina.
–Bueno, es la misma vaina.
El mesonero trajo las cervezas.
–Señoritas –anunció–, éstas las pagan los caballeros de aquella mesa.
–Muy bien.
Los hombres sonrieron.
Alena se paró y se les acercó. Justine casi se come el mantel. Alena era capaz de cualquier locura.
Alena regresó riendo.
–¿Qué les dijiste?
–Nada.
–¿Qué les dijiste?
–Que muchas gracias y que no vinieran a joder. Si tienen problemas con sus esposas que se divorcien y punto… A mí no me gustan los que apelan a esa táctica.
–Eres una chiflada. Tú sabes, ahora se emperran.
–No niña. Les dije que si se ponían persistentes, gritaba.
–¿Y te creyeron?
–No sé. Cuando intenten acercarse, tú dejas todo de mi parte.
–Yo me voy.
–No, chica. ¿Por qué? Aún tienes qué contarme. Por ejemplo, ¿cuánto te pagaron?
–Mucho.
–¿Cuánto?
–Lo suficiente como para irme a París…
–¿Vas a estudiar con Bourdieu…?
–No, qué bolas tienes tú. Voy a beber, pasear, comer couscous y, si me da tiempo, visito el Louvre. Después me voy a Italia. No conozco Firenze, Milan, Roma. De ahí a Grecia lo que hay es un saltico. ¿Te imaginas? Yo, en bikini, al mediodía, en Xiros.
–¿Y te vas con José Luis?

Nuestra rubia llegó en el momento en que los miembros del coro de adoración perpetua ya habían comenzado su función. Guiaban a los participantes. Sonreían a los periodistas. Traían el agua. Llamaban a los restaurantes y dejaban caer nombres de locales nocturnos de manera tal que luego del trabajo, de “re-pensar la historia”, se pudiera promover lo cardinal: hacer (o tener) relaciones.
La cuadrilla estaba compuesta por lo que en EE.UU. se llama “Graduate Studients” en busca de un Teaching Assistantships o un Teaching Fellowships. El objetivo: mirar en perspectiva, tener buenas bibliotecas. La verdad: conocer “el gran país del norte”, ver si la vida ahí es tan sugestiva como en las películas. Y para los convidados era la oportunidad perfecta. Podían ofrecer mucho: libros, ingresos en algún Departamento de Español. A cambio sólo pedían que se les abrieran algunas “puertas”.
Justine se sentó al lado de Cristina Boggiorregio. A veces, ésta le tapaba el espectáculo: concluidas sus labores tenía que prestar atención, pedir la palabra, decir algo que pareciera fundamental y sonreír ayudada por el pelo.
Hay que ser justos. Si alguien dedica parte de su vida y un poco de intelecto al espacio y la nación, la doctrina liberal y los poemas de Domingo Garbán, etc., eso aderezado con Foucault, Haydenn White, De Certau, Nietzsche, Derrida, Freud y Lacan, merece un premio. Y para eso estaba el coro.
Esa tarde la ponencia tocó vagamente las costumbres de los militares de las incipientes ciudades que sufrían los embates de la modernización. Todo muy emocionante…
Un novelista –pobre ingenuo– que se encontraba presente quiso aclarar un concepto, pero las risitas de los entendidos, y “su falta de aparato teórico-metodológico”, impidieron que fuese escuchado. ¿Y qué podía brindar? Ser crítico es una labor seria. Ahí está el P.P.I. En cambio, ser escritor…
Justine se levantó al terminar el debate. Hubo metralla: la ponente fue destrozada por una rival en el área y vieja enemiga.
En el hall, mientras Justine se fumaba un gauloise, el Chair de un Department se le acercó y después de preguntarle por su línea de trabajo y de exclamar: “Ah, qué interesante”, le propuso tomarse unos whiskys, en su habitación.

–¿Y de qué hablaba la Del Prat(t)?
–Ya te dije. De la periferia de la mujer, de su papel en un universo masculino y una cantidad de vainas que son ciertas, pero que no sé… no terminan de convencerme. En el fondo hay un gran simplejo…
–¿Te sirvieron de algo las paginuchas?
–Bueno, me ayudaron a entender lo que estaba pasando.
–¿Cómo?
–Salí cansada de la “discusión” y aunque me invitaron a bonchar, cosa que hubiera sido útil para la pesquisa, la responsabilidad de esclarecer qué había pasado me tenía agotada. Así que me fui a mi casa.
–¿A leer a la Del Prat(t)?
–Sí. Sólo que no pude hacerlo de inmediato. Tuve una peleíta con José Luis, quien comenzó a fastidiar. Tú sabes cómo se pone.
–Mujer que sabe latín ni tendrá marido ni tendrá buen fin –recitó José Luis.
–Ni le contesté. Me encerré en la biblioteca. Da rabia ver los libros de Ambrose Bierce, Borges, Patricia Highsmith, Maupassant, Margarite Yourcenar y tener que calarme los aportes críticos y analíticos de las mujeres a la esfera estética, científica, etc… Lo que es capaz de decir alguien cegado por una teoría es asombroso… En fin, leí y me quedé dormida, en ese orden, no jodas, saturada de “la valentía de las mujeres en diálogo con la nación”. Eran las tres de la mañana y estaba cansadísima… Aunque valió la pena.
–Sigo en las mismas. Allá en Brown nos enteramos de lo que pasó cuando descubrieron el asesino.
–Descubrí, hija, des-cu-brí.
–De acuerdo.
–Fue la revelación más   contundente  que   he  tenido  en  mi   vida  –precisa Justine–. Me quedé pestañeando, queriendo y no queriendo aceptar que ya estaba resuelto parte del misterio. Tenía el móvil. Solamente me faltaba el autor.
–Una pendejada, por supuesto.
–Un detalle nimio, trivial, me abrió el camino.
–…
–Una nota marginal remitía a la bibliografía, que en el trabajo terminaba con Iris Young. Sin embargo, faltaba un nombre: Zemkov. Alguien había arrancado una página. ¿Por qué? ¿Para ocultar información? No.
–…
–La Del Prat(t) había rasgueado, en el envés de la hoja final, algo que podía ser comprometedor. Afincó tanto el lápiz o la pluma que en la penúltima página quedaron grabadas, en relieve, sus palabras. Entonces busqué un lápiz, le saqué punta y dejé que el grafito cayera sobre el espacio en blanco. Con un kleenex esparcí el polvo. Entonces apareció el texto.

José Luis saborea con lentitud el café. Entrecierra los ojos y permanece en silencio. Avanza la mañana y el tráfico de automóviles se adensa. La avenida principal, esa que se ve desde el balcón, está embotellada.
Justine no sabe cómo seguir. Si pudiera, lo aclararía, pero a esas horas ella no fuciona y si no ha dormido bien, todo se le vuelve más complicado.
–No sé por qué esta historia te intriga y perturba –articula José Luis–. Dime, por lo menos, a dónde has llegado.
Nuestra rubia, la Marilyn Monroe de las letras venezolanas (ella misma se ha calificado así muchísimas veces), tomó las hojas y leyó:
“–Estimados colegas… Gracias por la participación, por las discusiones, por los planes que surgen. Aquí algunos términos han perdido sus límites y han ganado unos menos concisos si bien más justos. Agradezco al comité organizador…”
–No tienes mucho aún –la corta José Luis.
–Claro, es que hasta ahí no hay problema. Pero fíjate en lo que sigue:
“–Antes de cerrar el evento, quiero decir algo. No acuso a nadie. Llamo la atención sobre lo que estimo un absurdo. Hay cuatro nombres, cuatro, que como reyes asisten a encuentros, festivales, seminarios, no importa de lo que se trate (basta que se necesite la presencia de alguien que se considere intelectual, ensayista, talento en ciernes). Esos cuatro, nombres que se repiten con facilidad y que pocas veces completan la portada de un libro, se han dedicado a medrar y han hecho de las instituciones del Estado y de las universidades la ventanilla de una agencia de viajes. Mañana van a Quito, luego a Madrid y después se quedan en Saint Martin. En todas partes se excusan porque las cuartillas que han urdido pueden ser muy tediosas y, por lo tanto, improvisan nociones que les sirven para reconstruir un paisaje que más tarde se trocará en un pasaje…”
–Carajo.
–Le da duro a todo el mundo… Por eso la mataron.
–¿Fueron varios? –preguntó aquella mañana José Luis.
–No. Fue uno solo. Alguien que se sentiría señalado, herido, si eso se leía en el acto de cierre.
–¿Y qué hiciste? –inquiere Alena.
–Tengo que hablar con la policía y con el comité organizador –le explicó Justine a José Luis.
–¿Eso no puede resultar peligroso?
–¿No te dio miedo que te arrebataran el caso? Tú sabes: toda esa paja de la competencia profesional…
–La policía está desesperada… Y con los organizadores me la voy a jugar.
–Te acompaño –insinuó José Luis, al tiempo que se arreglaba la camisa.
–No.
–¿Nunca sospechaste de Urdaneta? –duda Alena.
–Sí, pero yo lo conozco.
–Es verdad, niña. Se me había olvidado parte de tu pasado. Pensaba que en esta mesa había una sola vida ruin… ¿Y si hubiese sido él? Según dicen, es uno de los cuatro reyes, de los que más viaja y echa carros.
–¡Te prohíbo que hables con ese tipo! –gritó José Luis, quien hundió el abdomen, sacó pecho, sacudió los papeles y desparramó el periódico.
–¿Y cómo hago? –saltó ella y lloró mientras se encerraba en el baño.
–Amorcito –susurró José Luis.
Justine, al otro lado de la puerta, sonrió.
–Catira, siempre he dicho que eres peligrosa, que eres el triángulo de las Bermudas: quien entra ahí no puede salir –apunta Alena. Y en seguida agrega:
–¡Brindemos por eso, compañera!

Al percibir el olor del gauloise, el inspector Redman levantó la vista y estuvo de acuerdo: “El sacudón de una mata de pelo rubio es petrificante”, y Justine no requirió de mucho más para que el detective la escuchara.
–…Es muy sencillo. El asesino debe haber destruido la hoja. Sólo en los relatos de Conan Doyle el homicida guarda una prueba que lo incrimina. Debe haberla roto, botado en un basurero imposible de localizar. Si le digo a los organizadores que me permitan leer las palabras de clausura en nombre de la Profesora Del Prat(t), con una discreta presencia policial en el auditorio, la sorpresa desenmascarará al asesino. No; mejor aún. Si digo que gracias a su trabajo, Inspector, hemos hallado un documento que fue escrito por la Profesora Del Prat(t) y que este documento revela quién cometió el crimen…
–Eso es meterse en la boca del lobo –apuntó José Luis. Cerró la puerta y le dio un beso, resignado.
–Burda de carnavalesco –grita Alena y al ver que los curiosos voltean, se encoge de hombros–. ¿Y qué hiciste para que Urdaneta te atendiera?
–Nada. El mismo me fue a buscar.

–Sí, soy yo –anunció Urdaneta–. ¿Puedo hablar contigo?
–Ese mojón en mi casa –Justine sonríe recordando el escalofrío de aquella tarde al encontrarse con Urdaneta.
–“Tú y yo no tenemos nada de qué hablar”, le dije para despistarlo.
–¿José Luis sabía que ibas a hablar con él? –pregunta Alena.
–Sí, imagínate.
–Es vital, es urgente. Está por encima de tontas discrepancias–hablaba con vehemencia, se le notaba agitadísimo–. ¿Me tienes miedo?
–¿Pensaste en una trampa?
–No… Y aunque luego de haber descubierto cuál había sido el móvil del crimen, era uno de los “naturales” sospechosos, conocerlo me permitía descartarlo: es muy pendejo para matar a alguien. Por eso me arriesgué…
Justine se mantuvo en silencio, mirándolo, con el cigarrillo entre sus dedos. Urdaneta permanecía tan inmóvil que, a no ser por sus ojos fijos, ella lo hubiera creído dormido.
–No puede ser más vil la provocación. Tú, aquí, en mi casa.
No se sorprendió: Justine había dicho lo que iba a decir.
–Redman me está presionando. Sospecha que estoy involucrado en la muerte de Francine. Me dijo que tú… ¿Cómo hiciste?, ¿me odias tanto?... No soy un criminal… Redman me ofreció un trato: pidió que dejara a ti las palabras de clausura… Tú sabes que eso puede levantar escozor. Eres muy joven y hay profesores que se sienten con derecho de cerrar el evento. Me buscas tremendo lío.
–¿Qué? ¿No te van a invitar más?
–Búrlate.
–¿Estaba desesperado, abrumado, sintiendo que la tierra se le abría? –interroga José Luis al escuchar el relato.
–Señor… Dos cervezas.
         Los presentes estaban en sus asientos: sesenta figuras igualadas por la penumbra, sesenta sombras apenas iluminadas por la lámpara del gran trípode, sesenta voces consagradas a la alabanza de sí mismos. Y al escuchar aquella letanía, Justine se dijo que aquel era un sitio de misterios ocultos y de oscuras amenazas.
Urdaneta tomó la palabra:
–Buenas noches, colegas. Voy a ser parco… Como sabemos, la adhesión de Venezuela al sistema crítico latinoamericano es una consecuencia natural de su historia. Tal situación fue un centro de luz en la vida del genial Libertador Simón Bolívar, quien, en más de una circunstancia de su fulmínea y maravillosa acción pública, la definió en los mismos términos que propongo: “Lo literario es la savia y esencia de la crítica, la reflexión sobre su propio quehacer”. De esto hemos sido testigos esta semana, a pesar de las circunstancias… Bien, no quiero importunarlos… A Francine Del Pratt le correspondía estar aquí y cerrar este encuentro; hoy, una de sus discípulas, hablará por ella…

–¡Una de sus discípulas! Te jodió, Catira.

–Los detectives se mezclaron sin éxito entre los asistentes. Menos mal que era la clausura. Eso atrajo a algunos cocteleros que no sabían lo que estaba pasando y ayudaban a bajar la presión con su cara y actitud de fiesta. Subí al podio nerviosísima. Si leía lo dejado por la Del Prat(t) y no pasaba nada, el asesino se me escaparía… Dije lo que se acostumbra: Es una gran responsabilidad cerrar este Congreso… Borroneé unas cuartillas, pero gracias a la Providencia –apuntaban así las novelas del siglo XIX, ¿no?– ahora puedo darles lo que Francine Del Prat(t) redactó con tal fin. Estas líneas me las ha suministrado el Inspector Redman quien con su labor ha logrado recuperarlas… Bueno, lo que sigue pertenece a Francine Del Prat(t):
“–Estimados colegas… Hay cuatro nombres, cuatro, que como reyes asisten a encuentros… Esos cuatro, nombres que se repiten con facilidad y que pocas veces completan la portada de un libro, se han dedicado a medrar y han hecho de las instituciones del Estado y de las universidades la ventanilla de una agencia de viajes. Mañana van a Quito, luego a Madrid y después se quedan en Saint Martin… Improvisan nociones que les sirven para reconstruir un paisaje que más tarde se trocará en un pasaje…”

Tras el aplauso, efusivo al principio, tímido al final, la sala se fue vaciando. Sólo una silla permaneció ocupada. En ella estaba el Prof. Zeda, en efecto, uno de los cuatro reyes, quien con su inmovilidad admitía su culpa.
–Con una seña indiqué a los agentes hacia dónde tenían que dirigirse.
Afuera, comenzaba el brindis.
–¿No alegó que ya él no era latinoamericano sino un American citizen?
–Claro.
–¿Y tú qué le respondiste?
–Iba a protestar cuando me dijo: “No, déjame hablar y verás que eres injusta”. Y lo dejé hablar, con su voz redonda, bien cuidada, que decía todas las eses y todas las des y comprendí por qué era profesor: era un narciso que dejaba caer sus palabras en el estanque de la conversación.
–Catira, eres una mierda –dijo Alena y ladeó la cabeza (alcohol, no énfasis). Mientras, las luces reventaban frente a sus ojos como tomates descompuestos, el tiempo se le borraba y un limpiavidrios pasaba sobre el enorme espejo de la noche.

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