Thursday, May 31, 2012

Antecedentes




En este aspecto entrará en juego la capacidad investigadora, aquí se condensará todo lo relacionado a lo que se ha escrito e investigado sobre el objeto de estudio.

También tenemos que diferenciar entre teóricos consultados y antecedentes del problema, ya que a veces confundimos los dos aspectos.

El primero –los teóricos son los planteamientos escritos sobre el tema que se tratará como objeto de investigación, y los antecedentes del problema refiere a las investigaciones realizadas sobre el objeto de la investigación y que pueden servir para ampliar o  plantear nuevos postulados.


Etapas de elaboración de los Antecedentes:
• Revisión de la literatura correspondiente.
• Adopción de una teoría o desarrollo de una perspectiva teórica.

Algunas de las funciones de los Antecedentes:
• Prevenir errores que se han cometido en otros estudios.
• Orientar el estudio.
• Ampliar el horizonte del estudio y guiar al investigador.
• Delimitar el área de investigación.
• Establecer los antecedentes del problema.
• Conducir el establecimiento de las hipótesis.
• Implicar nuevas líneas y áreas de la investigación.
• Proveer un marco de referencia para interpretar los resultados del estudio.


Revisión de la literatura
La revisión de la literatura consiste en detectar, obtener y consultar la bibliografía, así como extraer y recopilar la información relevante y necesaria para el proyecto de investigación.

Para la revisión de la literatura pueden utilizarse las siguientes fuentes de información:

Primarias
Fuentes directas como: libros, antologías, artículos de publicidad, monografías, trabajos de grado, disertaciones, documentos oficiales, reportes oficiales, trabajos presentados en conferencias, artículos periodísticos, testimonios de expertos, películas, videocintas, software especializado, entre otras.

Secundarias 
Actualmente este tipo de fuentes está disponible en bancos y bases de datos para redes de computadoras, manuales o discos compactos. Entre las fuentes terciarias se tienen: compilaciones, resúmenes y listados de referencias publicadas en un área de conocimiento.

La mayoría de las veces es recomendable iniciar la revisión de la literatura consultando a uno o varios expertos en el tema y acudir a fuentes terciarias o secundarias, para localizar así las fuentes primarias en bibliotecas, hemerotecas, Internet.

Posteriormente, se seleccionan aquellas que serán de utilidad y se revisan cuidadosamente para extraer información necesaria que integrará el Marco Teórico.

Se hizo una correcta revisión de la literatura si:
• Se acudió a un banco de datos y se piden referencias de al menos cinco años atrás.
• Se consultan al menos cuatro revistas especializadas de cinco años atrás.
• Se buscan Trabajos de Grado y disertaciones en otras universidades o instituciones.
• Se buscan libros sobre el tema al menos en tresbibliotecas completas (léase: Biblioteca Nacional, Biblioteca Central de la UCV, Miguel Acosta Saignes, Biblioteca de la UCAB).
• Se realiza una consulta con buenos especialistas en el tema.
• Se sabe quienes son los autores mas importantes dentro del campo de estudio.
• Se conoce cuáles aspectos y variables han sido investigadas.
• Se tienen referencias de algún investigador que haya estudiado el problema en un contexto similar al nuestro.

En este momento es necesario volver a evaluar el Planteamiento del Problema. A partir de aquí se comienza a pensar en términos más concretos en la investigación que se realizará.

Antecedentes del problema (aspectos históricos)
Uno de los resultados de la revisión de la literatura es la visión histórica que se tiene del problema en diferentes contextos (institucional, regional, nacional e internacional). Esta visión permite descartar elementos ya resueltos, resaltar los elementos básicos y características de la investigación y ampliar las perspectivas del trabajo hacia el futuro.

Los antecedentes del problema deben darse en un orden cronológico (posiblemente mostrando diferentes vertientes) y con un breve comentario. Es recomendable escribir los resultados de este ordenamiento en forma de un ensayo y no como la aglutinación de una serie de datos.

La presentación reflexiva y seria de los antecedentes ubican al investigador y le proporcionan el conocimiento más importante para la justificación de su trabajo y el dominio del tema. Se debe realizar este aspecto del trabajo de investigación con un gran sentido de responsabilidad, pues tiene el interés práctico antes mencionado.

Monday, May 21, 2012

Tips para Planteamiento del problema







Los problemas de investigación se presentan de muchas formas y pueden originarse, entre otras, en las siguientes fuentes: ¿Qué investigar?
a. Un interrogante o vacío en el conocimiento de algún aspecto de la realidad y para el cual no se tiene todavía una respuesta.
b. Discrepancias acerca de varias investigaciones sobre una misma cuestión en estudio, cuyos resultados parecen no concordar entre sí.
c. Debate o polémica sobre un asunto de interés público.
d. Determinados hechos, para los cuales no se cuenta con la explicación que dé razón de su ocurrencia.

La formulación de interrogantes se realiza con la ayuda de datos, teorías y técnicas. No pueden resultar al azar ni por capricho. No se obtienen respuestas determinadas sino cuando se formulan preguntas determinadas.
El planteamiento del problema pone de manifiesto tres aspectos que deben tenerse en cuenta desde un principio:
Descripción,
Delimitación (Elementos del problema)  y
Formulación del problema.

Poesía y locura en Rafael José Muñoz, Hanni Ossott y Armando Rojas Guardia



Ejemplo de Planteamiento del Problema.

Por Álvaro Mata





 
“Son más bellos los sueños de los locos
que los del hombre sabio”
Charles Baudelaire



Para nadie es desconocido el vínculo que existe entre la creación y la locura. Desde que comenzó la reflexión sobre la poesía con Sócrates y Platón, ya se hablaba del elemento “divino” que la caracteriza(ba). El poeta, al ser poseído por las Musas —semidiosas de la antigüedad relacionadas con la inspiración y el entusiasmo— era víctima de un trance que le otorgaba el don de escribir como si tomara dictado.
Nos dice Platón que todo hombre es incapaz de escribir ningún verso auténtico si no es tocado por las Musas, si no se le concede el elemento divino, el arrebato. Aunque salgan de la mano del hombre, los versos no son más que la palabra divina expresada a través del poeta, quien se convierte en una especie de médium: “Son los órganos de la divinidad los que nos hablan por su boca” (2000: 112). Siendo así, la poesía está relacionada con el misterio, con lo sobrenatural, con lo que no es del todo humano.
La idea del poeta como médium encuentra eco siglos después en la conocida carta que William Wordsworth le dirigió a Richard Woodhouse, donde plantea que: “Un poeta es lo menos poético de la existencia, ya que carece de identidad desde el momento en que se ve continuamente en la necesidad de ocupar el cuerpo de otro” (Cadenas, 2000: 471). Ocupa cuerpos, y es ocupado por ellos. Por su cualidad de intermediario, tiene un pie en esta orilla, y otro en el mundo de las imágenes, de los reveses. Es el poeta el que transmite, tocado por un-no-sé-qué, lo que los demás no están en condiciones de ver. Por lo tanto, esta capacidad es a medias bendición y maldición. ¿Cómo podríamos llamar a ese estado de posesión?
José Ferrater Mora, en su Diccionario de filosofía, habla de “un delirio o furor que se apoderan durante un tiempo de un hombre y le hace hablar o actuar en formas distintas de las usuales, y, en todo caso, extra-ordinarias” (2001: 2174), lo cual limita con el estado de éxtasis propio de la creación. A ese estado, Ferrater Mora lo llama locura.
Por supuesto que la locura, así definida, no es un estado exclusivo de los creadores; recordemos los pueblos primitivos, donde este tipo de conducta es usual en los ritos religiosos. Incluso en la Edad Media, la epilepsia, la lepra, los retrasos mentales y cualquier otro tipo de comportamiento fuera de las reglas establecidas, se consideraba locura. Es decir, que este concepto varía con el tiempo.
Michel Foucault es uno de los que más ha estudiado a fondo la relación locura-poesía, y dice que: “El loco es el portador de la verdad y la cuenta de un modo muy curioso. Porque sabe muchas más cosas que los que no están locos: tiene una visión de otra dimensión (…) El poeta como simetría cercana al loco es el que se encuentra con los parentescos huidizos de las cosas, con sus similitudes dispersas” (1999: 233). Y si echamos un vistazo a la poesía universal, encontraremos que muchos son los casos de poetas poseídos por la locura. ¿Cómo olvidar los arrebatos místicos rayanos en la locura de Santa Teresa y San Juan de la Cruz? ¿Cómo dejar de lado a Hölderlin, loco de erudición, encerrado en su torre de Tubinga? ¿Y qué de Lautréamont vagando por las orillas del Sena? ¿O al mismo Nijinsky escribiendo versos con su cuerpo en el aire mientras danza? ¿Es el testimonio de Sylvia Plath mero artificio literario? ¿Qué nos anticipaba el primer plano del rostro de Antonin Artaud en la Jeanne d’Arc, de Dryer? ¿Podemos acaso obviar el verbo poético de hueso de Alejandra Pizarnik?
En la tradición poética venezolana no son pocos los tripulantes de la stultifera navis. José Antonio Ramos Sucre sufría de trastornos de sueño y depresiones agudas que lo condujeron al suicidio, lo que puede tomarse como una variante de locura. Si bien no se trata del testimonio de un loco, su obra transpira insomnio, presencias y latencias que no sin dificultad podríamos relacionar con la locura.
Pablo Rojas Guardia, en el prólogo a Acero, signo (1937), confiesa su propia experiencia con la locura: “En el año de 1932, mi poesía —la manera como yo miro y descubro el mundo con los ojos de mi inconsciente— sufrió un colapso. Encerrado dentro de tres paredes —triángulo de roja y negra locura—, mis sentidos tuvieron oportunidad de hiperestesiarse”. Este colapso, según nos cuenta, se tradujo en “12.240 horas sin escribir una letra” (1963: 48). 

 
No fue así el caso de Ida Gramcko, cuyo libro Poemas de una psicótica (1965) es uno de los primeros testimonios extensos en nuestra tradición poética (ciento cincuenta páginas de apretada grafía) donde se habla sin tapujos de la propia locura y de la curación, pues la autora, en una nota previa, se “alegra” de saber que “aun durante mi enfermedad, yo continué siendo poeta” (p. 6); siguió escribiendo, a diferencia de Pablo Rojas Guardia.
También en toda la obra de Ludovico Silva es patente la experiencia psiquiátrica, y, más recientemente, en la de Cecilia Ortiz. Un caso curioso son los poemas de Miguel James, paciente psiquiátrico, esquizofrénico, en cuya obra no se cuela ni un ápice de esta experiencia, pero no así en los textos de Martha Kornblith, donde la estulticia consum(i)ó la vida de una prometedora poeta.
Sin embargo, es en la obra de Rafael José Muñoz, Hanni Ossott y Armando Rojas Guardia en las que quiero detenerme para observar cómo se manifiesta la locura en cada uno de estos poetas y en su trabajo.
La lucha política en la vida de Rafael José Muñoz fue fundamental para configurar su obra. Como tantos intelectuales de la época, peleó contra la dictadura del militar Marcos Pérez Jiménez, lo que le valió cárceles y torturas; y en los años sesenta, ya en la democracia, apoyó los movimientos guerrilleros de las montañas. Estos vaivenes políticos le produjeron no pocas crisis psíquicas que lo obligaron a recluirse en clínicas de reposo. En esos períodos comienza a escribir poemas con una profusión poco común: hasta veintiséis en un mismo día.
En El círculo de los tres soles, su libro más conocido, las disfunciones comunicativas disminuyen la inteligibilidad del discurso, cuyo sentido global es casi inaprensible. La obra cuenta con momentos memorables, pero difícilmente se puede percibir un hilo conductor. La estulticia se enseñorea en estas páginas. Se trata de un enigmático testimonio que “nace de una gran tensión interior, de un inconsciente trabajado por las más terribles pruebas personales” (2001: 276), como señala Guillermo Sucre en La máscara, la transparencia.
En su ensayo “El poeta y la enfermedad”, Hanni Ossott dice: “La poesía contemporánea es una poesía del alma, del alma herida. Ella está próxima a la enfermedad del ser y a su vigor y salud. El poeta es el cantor de la enfermedad (…) Su obra es cura y enfermedad” (2008: 875-876). Desde este ángulo me gustaría abordar algunos textos de su último poemario, El circo roto, publicado en 1996 y culminado en 1993, “en Caracas y en la Casa de Reposo San José (San Antonio de los Altos)”, según una nota al final del libro. Por ese dato y por su contenido, puede leerse como cuaderno de viaje por los intrincados caminos de un proceso psicótico. Así lo comprobamos sin dificultad en el poema “Las pastillas” —dedicado “a los médicos psiquiatras”—, cuyo colofón traza el arco de tiempo de los tratamientos psiquiátricos: “Desde mi experiencia en Londres 1980 hasta los actúales momentos, Caracas 1993”.
Los poemas de El circo roto, desde un lenguaje sencillo y directo, nos hablan sin tapujos de un proceso psíquico en plena evolución. No es el testimonio alucinado de un loco delirante. Por el contrario, este libro parece estar escrito para tomar consciencia de ese proceso. Es el poema el que da forma a la locura y, de alguna manera, ayuda a diagnosticarla: “La poesía como estado es enfermedad, el poema la salud. Desde el fondo de la tormenta, desde el delirio se yergue un lenguaje, el poema (…) La escritura poética es un punto de salud en cuanto a que traduce y ordena ese material caótico y confuso” (2008: 882-883). La escritura es la sanación, es ella a la que apuestan los poetas; en ella tienen más fe que en las pastillas.
También Armando Rojas Guardia es uno de los pocos poetas venezolanos que ha atravesado severas crisis psíquicas y ha sido capaz de dejar un testimonio coherente y ajustado a la experiencia en toda su escritura, especie de mapa que conduce al corazón de las tinieblas del inconsciente.
En el año 2008, Rojas Guardia publicó “La desnudez del loco”, un largo texto que evidencia un profundo aprendizaje sobre su propia experiencia en un hospital psiquiátrico: “El poema está dedicado a Jean-Marc Tauszik, que es mi actual terapista, porque a mediados del 2004, después de una magistral interpretación de un sueño que llevé a la consulta, él me dijo lo siguiente: «Armando, así como Rafael Cadenas le dedicó un poema a la derrota y otro al fracaso, tú deberías dedicarle un texto literario a la locura, la cual ha significado para ti no sólo una fuente de conflictos interiores, de sufrimientos y de ‘noches oscuras’, sino también un impulso psíquico y espiritual hacia niveles superiores de consciencia»” (2006: 69), dice en una entrevista a Ana María del Ré.
La faceta ensayística de Armando Rojas Guardia tampoco obvia las experiencias psicóticas; por el contrario, son el componente primordial de sus textos en prosa. En El dios de la intemperie (1985) la emprende contra cierta psiquiatría: “En contra de cierta banalidad psiquiátrica convencional, estoy igualmente convencido de que mucho de lo que ésta llama «enfermedad» es una forma de lucidez” (2006: 69). El calidoscopio de Hermes (1989) gira y muestra siluetas que hablan de la “paz inapelable” lograda a través de la “auténtica plegaria”, gracias a la cual “no me he vuelto loco y me mantengo vivo” (Ibidem: 204). Y Crónica de la memoria (1999) es una lujosa narración —que podríamos comparar a una charla con Rafael López Pedraza, terapeuta-Virgilio del poeta— en la que el poeta se dirige a sí mismo: “La locura es —lo pensabas mientras convalecías, sentado en medio del patio interno de la clínica— una ocasión para leer criptográficamente mensajes ontológicos que sólo ella devela. Con razón, el loco era tenido en la Edad Media como un hierofante” (Ibidem: 387).
A través de una lectura ceñida del testimonio de estos poetas-pacientes psiquiátricos, convertido en objeto textual acabado: los poemas, intentaré rastrear el vínculo entre locura y poesía tantas veces intuido y sugerido por muchas obras.
 

Tuesday, May 15, 2012

Aullar sin miedo


Introducción
 

“Refutar cualquier idea de Montaigne es ridículo. Montaigne la expone como opinión no como verdad” (2008b: párr. 1). Así comienza Enrique Vila-Matas “Se escribe para mirar cómo muere una mosca”, un ensayo en el que propone que Marguerite Duras en realidad fue una gran humorista. Para sostener esta tesis “disparatada”, Vila-Matas enseguida agrega que “los ensayos, aun los más breves, tienen la ventaja de pertenecer al género literario más libre, y por tanto uno de los más bellos que existen” (párr. 1). Ya Monterroso había apuntado que un ensayo “es un texto más o menos breve, muy libre, de preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa (…) sin el menor afán de afirmar nada concluyente” (2004: 10). Estamos ante opiniones, más aún estamos ante imágenes que construyen opiniones. Coincido con esas ideas y espero atenerme a ellas.
Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (1985) escribe que “cualquier enfermedad importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz, tiende a hundirse en significados. En un principio se le asignan los horrores más hondos (la corrupción, la putrefacción, la polución, la anomia, la debilidad). La enfermedad misma se vuelve metáfora” (p. 88). Y si la enfermedad se vuelve metáfora la indagación sobre ella es un camino cuyas sinuosidades recuerdan el trabajo del explorador que ensaya diversas vías para alcanzar una meta que apenas vislumbra. Es por esta razón que he escogido el ensayo para leer (e intentar comprender) la visión que sobre la locura se encuentra presente en obras como 2666, Bartleby y compañía y Doctor Pasavento.
En determinado momento de una indagación que tenga por centro la locura, quien la emprende se da cuenta de que su misterio es tal que ni la más completa taxonomía puede abarcarla, menos aún alguna ciencia explicarla. No deja de tener cierta razón la postura de la antipsiquiatría cuando plantea sus dudas acerca de la existencia de la enfermedad mental, más aún si se tiene presente que la mente es un constructo cultural y que los excéntricos, esos seres problemáticos, se confunden con los otros, con nosotros, con todos, que no somos menos difíciles. Pero también es cierto que en determinado momento las acciones y visiones de un loco parecieran diferir sustancialmente de las del común. Entonces en ese espacio complejísimo, algo similar a un espacio de Hilbert, el universo que dibuja lo que entendemos convencionalmente por locura es un lugar al que se accede y se vive nada más si se da lo que podríamos llamar un salto cuántico que, a su vez, requiere de una energía que para describirla, mal, debemos llamar “misteriosa”.
En las páginas que siguen no se analizarán muchos casos, de modo que como taxonomía es muy pobre. No obstante, se propone leer y ver cierto paisaje en el que la mayor parte de las veces hallaremos “ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez” como se dice en una ya muy citada página de 2666.
Este trabajo se encuentra dividido en tres partes, «Bestiario», en la que se ofrece una lectura de 2666, «Segundo catálogo de locos», sección que tiene como punto de discusión la problemática del silencio y la locura en la literatura tal y como la presenta Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía, y «Tercer catálogo de locos», compuesta por dos subsecciones: un paseo por el universo walseriano (y ciertos otros aspectos) y la mirada un tanto extravagante de lo que representa la locura en Doctor Pasavento.
Si pensamos los bestiarios no nada más como una recopilación de animales atroces o el recipiente en el que las comunidades depositan sus miedos sino también como una lista en el que los alucinados disponen sus visiones, las secciones del libro quedan vinculadas de manera clara por su inmersión en el territorio quebradizo de la locura. ¿Bolaño no habla acaso de la locura colectiva de la cual el feminicidio de Ciudad Juárez (o Santa Teresa) es una muestra terrible? ¿«La parte de los crímenes» o todo 2666 no es acaso un bestiario en el que habla un perturbado?
Han sido mucho los autores que han servido de base para las interpretaciones que se encontrarán en las páginas siguientes, sin embargo, el peso mayor recae sobre Roy Porter y su Breve historia de la locura, Michel Foucault y sus textos Historia de la locura en la época clásica, El poder psiquiátrico y Los anormales. Jean Delumeau y Enrique González Duro fueron esenciales para la interpretación del miedo a las enfermedades y el miedo líquido, que más allá del pánico que produce el terrorismo, es el miedo que se extiende y vence las barreras convencionales. En los trabajos de Thomas Szasz, fundamentalmente en El mito de la enfermedad mental e Ideología y enfermedad mental, se halló la necesaria cautela al momento de llamar a un personaje (o a un hombre) loco.
Como se verá en la medida en que se avance en la lectura de estas páginas, las posiciones se fueron definiendo aunque luego pasaron a disolverse en la duda. Quizás Lacan y su concepto de forclusión en el nombre del padre sea importantísimo para comprender un personaje fundamental de Roberto Bolaño (Lalo Cura) y para desde el punto de vista técnico conocer (más que entender) o interpretar (más que aceptar) cuál es el origen de la psicosis en un individuo. Por su parte, lo propuesto por Giorgio Agamben en su ensayo sobre Bartleby el escribiente permitió unir ciertos elementos literarios con nociones propias de la psiquiatría y así, en determinado momento, dibujar otra imagen más de la enfermedad mental profunda.
El interés de Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas es claro: las entidades misteriosas de las que se ocupa son el cáncer y la tuberculosis. Eso queda expuesto desde las primeras páginas. Ambas padecimientos son vinculados con distintos momentos históricos y se trata de comprender sus interpretaciones y lo que éstas ofrecen como representación de la sociedad del momento. No obstante, si lo que se pretende hacer es una lectura simbólica de la enfermedad, ¿por qué es tan poco lo que dice acerca la locura, estado sobre el que no queda sino especular, figurar, hundirse en el enigma? Más aún, las siguientes breves palabras de la propia Sontag, “Como la locura, la tuberculosis es un exilio” (1985: 55), nos hacen pensar que el “abismo del alma”, como llama a la locura Roy Porter, es la metáfora imposible. En términos de un bartleby, la nota a pie de página de un texto inexistente; en términos de Melville, el terror que produce la blancura de la ballena.
En Contrapunto Don DeLillo busca entrelazar la vida de tres solitarios y artistas radicales: Thomas Bernhard, Thelonious Monk y Glenn Gould. El método, la exposición fragmentada que poco a poco va adquiriendo sentido. Al finalizar el libro tenemos claro que los tres artistas asediados por DeLillo comparten una misma sensibilidad, una visión del arte y que todos apuntan al mutismo. Parece muy extraño que dos músicos callen y que un escritor no desee ser leído y menos aún representado. Pero de esa singularidad trata Contrapunto. Mi deseo profundo es que las partes de este texto establezcan por lo menos algunas conexiones: el miedo, la enfermedad, el silencio como manifestación de la pérdida del discurso y por tanto de la locura. No tuve el valor de avanzar en un ensayo con el nivel de fragmentación como el que usé de paradigma. Espero que por lo menos el tema sea tan inasible que trabaje en función no de una búsqueda de sentido sino en la pura especulación.