Introducción
“Refutar cualquier idea de Montaigne es ridículo. Montaigne la expone
como opinión no como verdad” (2008b: párr. 1). Así comienza Enrique Vila-Matas
“Se escribe para mirar cómo muere una mosca”, un ensayo en el que propone que
Marguerite Duras en realidad fue una gran humorista. Para sostener esta tesis
“disparatada”, Vila-Matas enseguida agrega que “los ensayos, aun los más
breves, tienen la ventaja de pertenecer al género literario más libre, y por
tanto uno de los más bellos que existen” (párr. 1). Ya Monterroso había
apuntado que un ensayo “es un texto más o menos breve, muy libre, de
preferencia en primera persona, sobre cualquier cosa (…) sin el menor afán de
afirmar nada concluyente” (2004: 10). Estamos ante opiniones, más aún estamos
ante imágenes que construyen opiniones. Coincido con esas ideas y espero atenerme
a ellas.
Susan Sontag en La
enfermedad y sus metáforas (1985) escribe que “cualquier enfermedad
importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz, tiende a
hundirse en significados. En un principio se le asignan los horrores más hondos
(la corrupción, la putrefacción, la polución, la anomia, la debilidad). La
enfermedad misma se vuelve metáfora” (p. 88). Y si la enfermedad se vuelve
metáfora la indagación sobre ella es un camino cuyas sinuosidades recuerdan el
trabajo del explorador que ensaya diversas vías para alcanzar una meta que
apenas vislumbra. Es por esta razón que he escogido el ensayo para leer (e
intentar comprender) la visión que sobre la locura se encuentra presente en
obras como 2666, Bartleby y compañía y Doctor
Pasavento.
En determinado momento de una indagación que tenga por centro la
locura, quien la emprende se da cuenta de que su misterio es tal que ni la más
completa taxonomía puede abarcarla, menos aún alguna ciencia explicarla. No deja de tener cierta razón la postura de la
antipsiquiatría cuando plantea sus dudas acerca de la existencia de la
enfermedad mental, más aún si se tiene presente que la mente es un constructo
cultural y que los excéntricos, esos seres problemáticos, se confunden con los
otros, con nosotros, con todos, que no somos menos difíciles. Pero
también es cierto que en determinado momento las acciones y visiones de un loco
parecieran diferir sustancialmente de las del común. Entonces en ese espacio
complejísimo, algo similar a un espacio de Hilbert, el universo que dibuja lo
que entendemos convencionalmente por locura es un lugar al que se accede y se
vive nada más si se da lo que podríamos llamar un salto cuántico que, a su vez,
requiere de una energía que para describirla, mal, debemos llamar “misteriosa”.
En las páginas que siguen no se analizarán muchos casos, de modo
que como taxonomía es muy pobre. No obstante, se propone leer y ver cierto
paisaje en el que la mayor parte de las veces hallaremos “ese aquello que nos
atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas
mortales y fetidez” como se dice en una ya muy citada página de 2666.
Este trabajo se encuentra dividido en tres partes, «Bestiario», en
la que se ofrece una lectura de 2666,
«Segundo catálogo de locos», sección que tiene como punto de discusión la
problemática del silencio y la locura en la literatura tal y como la presenta
Enrique Vila-Matas en Bartleby y compañía,
y «Tercer catálogo de locos», compuesta por dos subsecciones: un paseo por el
universo walseriano (y ciertos otros aspectos) y la mirada un tanto
extravagante de lo que representa la locura en Doctor Pasavento.
Si pensamos los bestiarios no nada más como una recopilación de
animales atroces o el recipiente en el que las comunidades depositan sus miedos
sino también como una lista en el que los alucinados disponen sus visiones, las
secciones del libro quedan vinculadas de manera clara por su inmersión en el
territorio quebradizo de la locura. ¿Bolaño no habla acaso de la locura
colectiva de la cual el feminicidio de Ciudad Juárez (o Santa Teresa) es una
muestra terrible? ¿«La parte de los crímenes» o todo 2666 no es acaso un bestiario en el que habla un perturbado?
Han sido mucho los autores que han servido de base para las
interpretaciones que se encontrarán en las páginas siguientes, sin embargo, el
peso mayor recae sobre Roy Porter y su Breve
historia de la locura, Michel Foucault y sus textos Historia de la locura en la época clásica, El poder psiquiátrico y Los
anormales. Jean Delumeau y Enrique González Duro fueron esenciales para la
interpretación del miedo a las enfermedades y el miedo líquido, que más allá
del pánico que produce el terrorismo, es el miedo que se extiende y vence las
barreras convencionales. En los trabajos de Thomas Szasz, fundamentalmente en El mito de la enfermedad mental e Ideología y enfermedad mental, se halló
la necesaria cautela al momento de llamar a un personaje (o a un hombre) loco.
Como se verá en la medida en que se avance en la lectura de estas
páginas, las posiciones se fueron definiendo aunque luego pasaron a disolverse
en la duda. Quizás Lacan y su concepto de forclusión en el nombre del padre sea
importantísimo para comprender un personaje fundamental de Roberto Bolaño (Lalo
Cura) y para desde el punto de vista técnico conocer (más que entender) o
interpretar (más que aceptar) cuál es el origen de la psicosis en un individuo.
Por su parte, lo propuesto por Giorgio Agamben en su ensayo sobre Bartleby el escribiente permitió unir
ciertos elementos literarios con nociones propias de la psiquiatría y así, en
determinado momento, dibujar otra imagen más de la enfermedad mental profunda.
El interés de Susan Sontag en La
enfermedad y sus metáforas es claro: las entidades misteriosas de las que
se ocupa son el cáncer y la tuberculosis. Eso queda expuesto desde las primeras
páginas. Ambas padecimientos son vinculados con distintos momentos históricos y
se trata de comprender sus interpretaciones y lo que éstas ofrecen como
representación de la sociedad del momento. No obstante, si lo que se pretende
hacer es una lectura simbólica de la enfermedad, ¿por qué es tan poco lo que
dice acerca la locura, estado sobre el que no queda sino especular, figurar,
hundirse en el enigma? Más aún, las siguientes breves palabras de la propia Sontag,
“Como la locura, la tuberculosis es un exilio” (1985: 55), nos hacen pensar que
el “abismo del alma”, como llama a la locura Roy Porter, es la metáfora
imposible. En términos de un bartleby, la nota a pie de página de un texto
inexistente; en términos de Melville, el terror que produce la blancura de la
ballena.
En Contrapunto Don
DeLillo busca entrelazar la vida de tres solitarios y artistas radicales:
Thomas Bernhard, Thelonious Monk y Glenn Gould. El método, la exposición
fragmentada que poco a poco va adquiriendo sentido. Al finalizar el libro
tenemos claro que los tres artistas asediados por DeLillo comparten una misma
sensibilidad, una visión del arte y que todos apuntan al mutismo. Parece muy
extraño que dos músicos callen y que un escritor no desee ser leído y menos aún
representado. Pero de esa singularidad trata Contrapunto. Mi deseo profundo es que las partes de este texto
establezcan por lo menos algunas conexiones: el miedo, la enfermedad, el
silencio como manifestación de la pérdida del discurso y por tanto de la
locura. No tuve el valor de avanzar en un ensayo con el nivel de fragmentación
como el que usé de paradigma. Espero que por lo menos el tema sea tan inasible
que trabaje en función no de una búsqueda de sentido sino en la pura especulación.
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