No cabe la menor duda de que Los cuatro cuartetos y la tierra baldía
constituyen la gran obra creativa de T.S. Eliot.
Nadie
rebajaría la importancia universal que estos dos libros han adquirido en este
siglo dentro de las aportaciones poéticas más renovadoras. Especialmente en lo
que respecta a la poesía inglesa contemporánea, la obra de este autor ocupa un
lugar destacado y respetable. Sin embargo, no menos importancia tienen sus contribuciones
ensayística y críticas, cuando leemos la considerable cantidad de trabajos que
Eliot dedicó a cuestiones como la educación, la cultura y la política, reflexiones
inteligentes sobre Poe, Valérie, Dante, Ezra Pound, la literatura
norteamericana y otros tópicos más. Leyendo a Eliot, no al poeta sino al
pensador, descubrimos dos aspectos atractivos y fascinantes al mismo tiempo.
Por una parte, la presencia saludable del intelectual integral, es decir. el
auténtico humanista europeo alimentado de múltiples corrientes e intereses no
sólo literarios. El otro aspecto se refiere a su particular capacidad de
autocrítica, lo cual hace que muchas de sus aseveraciones adquieran un alto
grado de sutileza y reinterpretación muy poco frecuentes entre los intelectuales
europeos de los años treinta y cuarenta. Muchas de sus opiniones fueron y
siguen siendo muy polémicas. En concreto, las disertaciones acerca del tema
sobre la educación y la cultura, expresan un punto de vista del autor propio de
quien defendía una concepción monárquica en cuanto a la organización de ciertas
instituciones de la sociedad. Todavía algunos recuerdan su famosa declaración
de principios centrada en una fórmula que él, posteriormente, matizará en algunos
de sus puntos: “clásico en la literatura, monárquico en política y
anglocatólico en religión”. De todas maneras, habría que hacer una necesaria
separación teórica entre el pensamiento de Eliot sólo circunscrito a la literatura
y sus juicios sobre política, religión y educación. Esto no quiere decir que un
aspecto no se interpenetre con el otro, al punto de que podamos trazar más o
menos una unidad de criterios que singularice toda su obra. El hecho de que
Eliot, por su especial apego a la condición monárquica, defendiera la estratificación
de clases, nos invalida, sin embargo, la hermosa fuerza expresiva de sus
poemas, esa terrible meditación sobre el tiempo y la condición humana llevada hasta
sus más terribles límites. Edmund Wilson dice, en un largo ensayo dedicado a
Eliot en El castillo de Axel, que
como crítico “probablemente ha influido en la opinión literaria, del período posterior
a la guerra, más profundamente que ningún otro crítico en lengua inglesa”. Con
seguridad ha sido así y a tal efecto lo demuestra la claridad de sus opiniones
cuando insiste en destacar a algunos autores ingleses y rechazar a otros. De
Byron dice, por ejemplo, que es “una mente turbia y sin interés”. Keats y
Shelley ocupan un ínfimo lugar: “ni con mucho tan grandes poetas como se supone
que son”. En cambio coloca en una posición superior a Dryden y otro tanto hace
con Dante, a quien dedicó un largo estudio titulado “Lo que Dante significa para
mí”.
En
1962, tres años antes de su muerte, Eliot dicta una importante conferencia en
la Universidad de Leeds, Inglaterra, cuyo tema fundamental era la crítica
literaria, tal y como el autor de La
tierra baldía y Los cuatro cuartetos, la concebía partilarmente.
Sin duda, no deja de parecer estimulante -por el carácter autobiográfico que
tales observaciones tienen- el tono y la sutil reflexión personal que efectúa
Eliot acerca de un oficio que le tocó muy de cerca. El título de dicha conferencia
es elocuente por sí mismo, “Criticar al crítico”, y su objetivo inmediato no
fue otro que trazar el desplazamiento conceptual que el propio Eliot había
recorrido a lo largo de su vida como poeta, dramaturgo, ensayista y crítico. La
conferencia en cuestión se sitúa en un espontáneo nivel reflexivo donde predomina
un sentido claro de lo que significó para él la crítica literaria, en tanto
actividad creadora y formadora del gusto estético en torno a las obras
literarias. Vale la pena, pues, volver otra vez a estos puntos claves que
describe Eliot a propósito de la crítica literaria, con la finalidad de conocer
los rasgos íntimos de su pensamiento crítico y, además, para retomar cuestiones
esenciales al hecho mismo de la función crítica dentro del singular espacio de
creación que la literatura universalmente propicia.
Desde
luego que toda discusión que tenga por objeto este espinoso asunto de la
crítica literaria tiene que comenzar con una pregunta de rigor: ¿Para qué sirve
la crítica literaria?, la pregunta se la ha formulado Eliot al comienzo de la
famosa conferencia, y como era de esperarse, las respuestas no fueron siempre
concluyentes. Todo lo contrario, el espíritu que anima las elucubraciones
teóricas de Eliot sobre tal hecho, apuntan hacia un territorio de dudas y conclusiones
inciertas que, en efecto, responden a la sabiduría y a la tolerancia expositiva
de un escritor que ya puede “distanciar” con inteligencia y mesura dicho
fenómeno. En suma, la conferencia pronunciada ante un vasto auditorio de
estudiantes universitarios se erige, sin duda, como una singular defensa de esta incomprendida y
vilipendiada actividad. ¿Por qué es una defensa, a pesar del acusativo título
que le da nombre? La razón corresponde al hecho plausible de que Eliot parte de
su misma práctica como crítico, tomándose a su vez como ejemplo a través de
artículos y ensayos que llegara a escribir y publicar en revistas y suplementos
literarios. Eliot ejerció la crítica literaria en su aspecto más amplio y
comprometedor, lo cual hace que pueda, desde luego, hablar con desapasionada
propiedad del problema. Su concepción del asunto lo lleva, incluso, a establecer
categorías polémicas por lo determinantes que parecen, pero no obstante repletas
de atención en lo que respecta a sus virtuales definiciones. Concibe Eliot,
según su particular óptica, cuatro tipos de críticos cuyas funciones están
nítidamente estratificadas. Comienza por referirse al “crítico profesional” o “supercrítico”,
como también lo detalla, cuya principal función está circunscrita al espacio
concreto de publicación que ofrecen las revistas y los diarios. Este crítico
profesional se limita sólo a dar visiones concluyentes y lapidarias de las
obras criticadas, estableciendo una relación con los textos poco creativa e
imaginante. Para Eliot no sería más que el típico caso de un escritor de creación
fracasado o, por lo general, marcado
con los rasgos de tal fracaso creativo. Esta definición es, en muchos sentidos,
bastante injusta, porque quizá no se aviene a la especificidad que tal
condición requiere y al grado de legítima independencia que reclama en relación
al poeta, novelista y dramaturgo. Un segundo crítico Eliot lo visualiza como al
“crítico con fervor”, es decir, un curioso practicante de este oficio que se ocupa
de publicitar las fuentes marginales de la literatura. “Actúa -dice Eliot- como
abogado de los autores cuya obra reseña, autores a veces olvidados o indebidamente
menospreciados”. Un tercer crítico, Eliot lo ubica dentro del área académica y
teórica, siendo de todas las actividades comprendidas en la crítica literaria, la
más prestigiosa por su alto nivel de producción de ideas y saberes y también
por el lugar que ocupa en el ámbito de la enseñanza universitaria. Las facetas
de
este tipo de crítico abarcan variadas
instancias, la mayoría de las cuales oscilan dentro del mundo de la docencia y
la investigación. Esta crítica tiene un estatuto profesoral y doctoral, estando
supeditada a necesarias categorías eruditas donde se mezclan distintos saberes,
desde los filosóficos, pasando por los artísticos, filológicos y morales, hasta
los menos densos.. El cuarto lugar en esta clasificación, que corre el riesgo
de todas las clasificaciones tajantes, Eliot se lo atribuye al “crítico del que
podría decirse que su crítica es un subproducto de su actividad creadora. En
particular, el crítico que es además poeta”. Este punto o esta singular noción
de la crítica literaria, sin dejar de lado las anteriores proposiciones, tiene
la virtud de indagar en una zona donde no se suele mirar con demasiada frecuencia.
Al mismo tiempo, es una posición fascinante por lo que tiene de integradora,
multidisciplinaria, creadora y sublime. Diríamos que de todos los críticos a
que hace referencia Eliot, éste sería el que mejor proyecta la imagen ideal de
la función crítica, el que concilia perfectamente el hecho creador con la
aventura interpretativa.
En
general la existencia de esta particular manera de entender la crítica
literaria, está limitada de antemano al ejercicio de una común opinión que
pretende descalificarla por los valores “impresionistas” y antiacadémicos que
promueve. Por supuesto, es una forma de hacer crítica favorecida por los
privilegios que ofrece el poseer ya una condición -poeta o novelista- que es,
en sí misma, una garantía suficiente para elevar en alto grado los poderes
creativos de la crítica literaria. Sin embargo, tampoco creo que la situación
de poeta sea una condición esencial para tener acceso a un discurso crítico
donde se pueden dar la mano la reflexión y la imaginación, la sensibilidad y el
rigor. Parece haber al respecto muchos prejuicios, tanto de una parte como de
la otra. No siempre un buen poeta es capaz de reflexionar críticamente sobre
una obra o un autor determinado, y tampoco un esforzado crítico tiene la habilidad
y la fortuna de escribir un respetable cuento o un magnífico poema. Hay
condiciones y funciones que no se pueden combinar siempre porque obedecen a ritmos
interiores muy específicos, a pulsiones internas que, en definitiva, sostienen
el carácter y la fisonomía de una escritura. Todo el problema de los “estilos”
radica, no tanto en las influencias externas, como en las fuerzas interiores
que se mueven y desplazan en cada escritor formando su propio “estilo”. Los
estilos no todo el tiempo responden a condiciones materiales o históricas; hay,
por otro lado, una dinámica subjetiva que teje los hilos secretos de un decir
propio, de una sintaxis orgánica que va a estructurar el estilo, esa voz peculiar
que anima y desata la escritura del poeta y del crítico. De todas formas, esta
última concepción de Eliot es la más cercana a un principio y a un concepto que
es, constantemente, una aspiración a veces irrealizable. A lo largo de esta
conferencia, Eliot pone en claro otros tópicos aún más importantes que la
cuádruple clasificación ya descrita. Como poeta y crítico, re-
Conoce el peso de la tradición y la importancia
de las influencias. “No podemos prescindir -apunta- de las influencias que
ejercieron en nuestra formación las obras de creación y de crítica de las
generaciones que vinieron después, ni de las inevitables modificaciones en el
gusto, ni de un mayor conocimiento y comprensión por nuestra parte de la
literatura que precedió a la de la época en que estamos tratando de entender”. Más
adelante, y casi para terminar, aborda el problema del gusto y su manifestación
estética en la obra que el crítico realiza. Se pregunta: ¿hasta qué punto y de qué
manera se modifican los gustos y opiniones peculiares del crítico en el
transcurso de su vida? ¿Hasta qué punto indican esos cambios mayor madurez,
cuándo indican y cuándo hay que considerarlos meros cambios, ni para mejor ni
para peor?. Todas estas preguntas son importantes en la medida en que originan un
estado de conciencia y de alerta con respecto a los discursos, a las teorías y
a las ideologías que utiliza el crítico en la explicación de la obra. Eliot
estuvo, desde luego, más próximo a esa cuarta categoría del crítico como
artista y desde allí elaboró una escritura, acompañada de un pensamiento, que
obedecía a una pasión extraordinaria por la literatura. “Estoy seguro -escribió-
de que mis teorías han sido epifenómenos de mis gustos, y ello es así en cuanto
que es fruto de mi experiencia directa con aquellos autores que influyeron profundamente
en lo que escribí”. Su estilo, como observaba Edmund Wilson, “es preciso y
sobrio casi hasta el exceso y, sin embargo, con una especie de encanto sensual
en su misma austeridad”. Es esta sensualidad de la crítica el aspecto que la
conecta con la creación; la sensualidad y la lucidez del poeta que siempre estaba
en cada opinión, por pedante que ésta fuera. Cuando decíamos que Eliot tenía
una inusual actitud autocrítica, era por la capacidad de ver, en opinión de Wilson,
más allá de sus propias ideas y a “la buena disposición para admitir el
carácter relativo de sus conclusiones”. Es Eliot, sin duda un extraño y
privilegiado caso de poeta seducido por la inteligencia.
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