Thursday, April 3, 2014

Tratado del análisis del discurso, de Gaspar Melchor Jovellanos



Considerado lógica y gradualmente


Cui lecta pontenter erit res
Nec fecundia deseret hunc, neque lucidus ordo.
  

Analizar una cosa es dividirla en todas sus partes de que se compone, para observar cada una separadamente, y volver después a unirlas, para observar su conjunto. Hecho este análisis se conocer una cosa cuanto cabe en el entendimiento humano.
            Así, si queremos conocer el mecanismo de un reloj, le dividiremos en todas sus partes, poniéndolas unas junto a otras. Examinaremos su forma y su destino, cómo obran unas sobre otras, y cómo desde el primer muelle pasa el movimiento de rueda hasta la aguja que señala las horas.
            Luego también para el análisis del discurso observaremos el oficio y significación de cada palabra, sus relaciones unas con otras, cómo de su enlace se forman los pensamientos, y cómo estos, reducidos a cierto orden, componen el discurso.
            De ahí se ve que el discurso no es más que una serie de pensamientos expresados con palabras. Luego, haciendo el análisis del discurso, se hace al mismo tiempo el del pensamiento. Aún podemos decir que el análisis del pensamiento se halla hecho en el discurso, porque las palabras nos representan las ideas que percibimos por la sensación o por la reflexión. Las relaciones de nuestras palabras son las de nuestras ideas. En la unión de las palabras vemos claramente las comparaciones, los juicios y raciocinios que forman nuestro entendimiento. Todas estas cosas están separadas y puestas en orden en el discurso; nos podremos detener en cada una para observarla con cuidado y ver después cómo se unen para formar pensamiento.
            Este método, pues, nos ha de enseñar cómo formamos y cómo expresamos nuestros pensamientos. Por él adquirirá nuestro entendimiento aquella rectitud necesaria para hallar la verdad en las ciencias, y la precisión, que se dirige a facilitar tan precioso hallazgo. Conseguida la generación de las ideas, y por consiguiente, la de las palabras, no tropezaremos en ninguna con alguna que pueda causar confusión, rectificaremos las ideas falsas que hemos contraído por el hábito, y distribuiremos nuestro conocimiento en un orden tan claro, que podemos desde el último subir progresivamente hasta el primero, y de este bajar hasta el último.
            El análisis es el único método que tenemos para aprender y saber bien las ciencias, porque es aquel con que ellas se formaron, verbigracia, infunden al entendimiento tanta claridad y convicción, porque sus proposiciones se derivan unas de otras; y así, no es posible convencerse, antes de haberse convencido de aquella en que se funda su demostración.
            Del mismo modo, sin el análisis nunca podremos comprender el arte de pensar y hablar, que se reducen a lo mismo. Una cosa es pensar y hablar, y otra cosa es pensar y hablar bien. Todos los hombres piensan y hablan, porque sus necesidades les precisan a esto desde la infancia. Mas ¡qué diferencia reina entre ellos en este punto!
            Dejemos aparte a aquellos hombres que viven en la más baja esfera de la sociedad, pues estos, no con sus luces, sino con su trabajo, contribuyen al bien común; por lo que el corto número de sus ideas se contrae a sus oficios respectivos y a los objetos que diariamente se presentan a su vista. Solo contemplemos los que recibieron una educación, sea la que fuere, y veremos desde luego que la mayor parte de ellos puede dar razón a lo que ha aprendido. ¿Quién duda que explicarán bien sus ideas si estuviesen colocadas en su entendimiento en un orden claro? Pues en este caso solo tendrían que dar a las palabras el mismo orden que tienen sus ideas.
            Al contrario, estando sus ideas envueltas en la mayor confusión, ¿quién se admirará de que la misma confusión reine en las palabras?
            A lo mismo se debe agregar la facilidad con lo que olvidan lo sabido ya. No habiendo orden, no están sus conocimientos enlazados unos con otros. Por consiguiente, cuando perciben una idea no pueden representarte todas aquellas con quienes tiene relación; así como estando separadas varias bolas de marfil, el impulso dado a una no comunicará movimiento alguno a las demás; pero estando unidas con otras, bastará dar impulso a una para que todas reciban el movimiento.
            Apuremos más nuestras observaciones, aplicándolas a aquella porción de hombres que llamamos de instrucción. Muchos de ellos, dotados de ingenio, por la falta de método no logran la extensión de luces a que podían aspirar. Por más que lean los mejores modelos y traten con los más eruditos, reina siempre en su entendimiento un caos, que no pueden disipar. De ahí se ve en sus producciones los pensamientos más sólidos junto a los más ridículos, y la verdad mezclada con el error. Algunos tienen el don de hablar con facilidad, mas sus discursos son por lo regular fútiles y vacíos de sentido. Su fecundia les ofrece muchas palabras y su imaginación muchas ideas placenteras con que quieren encubrir esta falta; pero este efeite no puede engañar a la razón, y solo fascina los ojos de la ignorancia.
             Si volvemos ahora la vista hacia aquellos que, siempre claros en sus pensamientos, lo son también en sus expresiones; que esparcen la misma claridad en todas las materias que tratan; que juzgan con solidez y eligen con buen gusto; cuya conversación agrada tanto, porque siempre es sencilla, amena y del alcance de todos; estos diremos que piensan bien, porque estudiaron como se piensa bien; estos hablan bien, porque estudiaron como se piensa bien; estos hablan bien, porque hablan del mismo modo que piensan.
            Por último, si en cualquier ciencia o arte, el que estudia por principios lleva tanta ventaja al que solo sabe por la práctica; si un arquitecto es superior a un albañil, un pintor a un embarrador, y un piloto a un práctico, lo mismo en el arte de expresar nuestros pensamientos, el más perfecto será el que conozca mejor sus principios.
            Ya conocemos la importancia de este arte; estudiemos sus principios, que llegarán a nuestro conocimiento por medio del análisis del discurso.
 
Principio del análisis
El discurso es una serie de pensamientos expresados con palabras. Luego todas las veces que hablamos o escribimos con alguna extensión formamos un discurso.
            Puesto que un discurso consta de varios pensamientos, para analizarse será preciso considerar aparte cada pensamiento, y después considerar cómo se enlazan unos con otro.
            Pero un pensamiento tiene varias partes, que están desenvueltas en lo escrito. Para conocerlas no hay más que tomar un pensamiento en cualquier obra, y observarle con cuidado. Sea, por ejemplo, el trozo siguiente, sacado del discurso de don Ventura Rodríguez por don Gaspas de Jovellanos. Se trata en él la erección del nuevo templo de Covadonga.
            A la vista de una de aquellas grandes escenas en que la naturaleza ostenta toda su majestad, Rodríguez se inflama con el deseo de gloria, y se prepara a luchar con la naturaleza misma. ¡Cuántos estorbos, cuántas y cuán arduas dificultades no tuvo que vencer en esta lucha! Una montaña, que escondiendo su cima entre las nubes, embarga con su horridez y su altura la vista del asombrado espectador: un río caudaloso, que taladrando el cimiento, brota de repente al pie del mismo monte: dos brazos de su falda, que se avanzan a ceñir el río, formando una profunda y estrechísima garganta: horrendos peñascos suspendidos sobre la cumbre, que anuncian el progreso de su descomposición: sudaderos y manantiales perennes, indicios del abismo de aguas cobijado en su centro; árboles robustísimos, que le minan poderosamente con sus raíces: ruinas, precipicios… ¿qué imaginación no desmayaría a vista de tan insuperables obstáculos?
            Mas la de Rodríguez no desmaya; antes su genio, empeñado de una parte por los estorbos, y de otra más y más aguijado por el deseo de gloria, se muestra superior a sí mismo y hace un alto esfuerzo para vencer todos los obstáculos. Retira primero el monte, usurpando a una y otra falda todo el terreno necesario para su invención; levanta en él una ancha y majestuosa plaza, accesible por medio de bellas y cómodas escalinatas, y en su centro esconde un puente, que da paso al caudaloso río y sujeta sus márgenes; coloca sobre esta plaza un robusto panteón cuadrado, con graciosa portada, y en su interior consagrada el primero y más digno monumento a la memoria del gran Pelayo; y elevado por estos dos cuerpos a una considerable altura, alza sobre ella el majestuoso templo de forma rotunda, con gracioso vestíbulo, y cúpula apoyada sobre columnas aisladas; le enriquece con un bellísimo tabernáculo, y le adorna con toda la gala del más rico y elegante de los órdenes griegos.
            ¡Oh, qué maravilloso contraste no ofrecerá a la vista tan bello y magnífico objeto en medio de una escena tan hórrida y extraña! Día vendrá en que estos prodigios el arte y de la naturaleza atraigan de nuevo allí la admiración de los pueblos, y en que disfrazada en devoción la curiosidad, resucite el muerto gusto de las antiguas peregrinaciones, y engendre una nueva especie de superstición, menos contraria a la ilustración de nuestros venideros.
 

Número 1º
[Partes de un pensamiento]

Todo este trozo se reduce a un solo pensamiento. Rodríguez hizo un magnífico edificio en Covadonga; mas el autor le desenvuelve con claridad, precisión y elegancia.
            Primero le divide en tres partes principales, señaladas con tres párrfos distintos. En el primero presenta los obstáculos que Rodríguez tuvo que vencer, en el segundo todo lo que hizo para vencerlos, y en el tercero la admiración que causa tan magnífica obra. Estas tres partes, distintas en lo escrito, se presentaban al mismo tiempo al entendimiento del autor. No pudo separarlas sin desenlazar su pensamiento, ni expresarlas con primor sin analizar con exactitud y perfección.
            Luego que el autor descubrió en su pensamiento tres partes principales, trató de desenvolver cada una separadamente. Cada una de estas tres partes se hizo, pues, como un nuevo pensamiento, cuyas nuevas partes fue preciso señalar. En efecto, las vemos señaladas en el primer párrafo, ora con un punto, ora con dos, o coma, o con punto y coma.
            Estas palabras, verbigracia, “Rodríguez se inflama con el deseo de gloria, y se prepara a luchar con la naturaleza misma”, se terminan con un punto porque presentan un sentido completo. Todas las demás partes de este párrafo con dos puntos, porque el sentido se halla suspenso en una a otra ,y así todas concurren a desenvolver la primera, cuyo desenvolvimiento acaba con el párrafo. En cada parte vemos una coma, última subdivisión del pensamiento, que sirve para separar una idea de otra.
            Lo mismo podemos observar en los dos párrafos siguientes. Como quiera, ocurre en ellos una nueva división, señalada con punto y coma. Esta tiene casi el mismo oficio que los dos puntos, pues si en algunos casos el punto y coma no señala una relación tan próxima entre lo que se dijo y lo que se va a decir como la que señalan los dos puntos, siempre se puede asegurar que uno y otro se confunden las más de las veces, y que ambos son partes que desenvuelven un pensamiento.


Número 2º
[Naturaleza de estas partes]

Hemos visto el pensamiento dividido en varias partes; consideremos ahora cada parte separadamente.
            Para esto hemos de advertir que un pensamiento se compone de uno o más juicios, porque cuando pensamos no hacemos sino juzgar de dos o más cosas, y cuando expresamos con palabras estos jucios de nuestra lama formamos lo que se llama proposición.
            Ahora bien, volvamos a nuestro asunto, y veremos en el trozo precedente tres especies de proposiciones. En la primera parte del primer párrafo, “Rodríguez se inflama…” hallamos una proposición, llamada principal, porque la que precede y las que siguen se refieren a ella, y no hacen más que desenvolverla. Su carácter consiste en que presenta por sí sola un sentido completo. Llamamos subordinada la que está antes, “ A vista de una…” porque no forma sentido alguno, sino en cuanto se una a la proposición principal. Puede estar antes o después de ella, sin que por eso pierda su carácter.
            Se observa la última especie de proposición en estas palabras: “una montaña, que embarga la vista del espectador”. Que embarga no es proposición principal, tampoco es subordinada; determina solamente la palabra montaña, señalando la calidad que tiene de embargar la vista, por lo que se le da el nombre de incidente.
            En la primera parte del último párrafo vemos una proposición principal que carece de miembros. Esta tiene el nombre de frase o de oración.
            En el primero y segundo párrafo varias proposiciones desenvuelven la proposición principal; se da el nombre de período a su conjunto, y a cada una el de miembro del período.

Número 3º
[Análisis de la proposición]

Se asentó arriba que una proposición es la expresión de dos o más juicios; luego para conocer qué cosa es proposición, debemos considerar antes en qué consiste el juicio.
            Esta es una operación de nuestra alma. Para comprender mejor cómo se hace, tomémosla desde su principio.
            Sabemos ya que todas nuestras ideas proceden de la sensación o de la reflexión; de la sensación cuando las percibimos por medio de los sentidos, y de la reflexión cuando el alma se para a considerar sus propias operaciones.
            Supongamos ahora que el alma recibe por la sensación dos ideas. En este caso su primera operación es la atención; esto es, atiende a ellas. No podría el alma atender a ellas si no fuesen presentadas por los sentidos; mas pueden los sentidos presentárselas, sin que por eso les dé siempre el alma su atención, como sucede cuando miramos una cosa y pensamos en otra.
            Después de la atención el alma pasa a la comparación; esto es, compara una idea con otra. Si después de compararlas percibe entre ellas semejanza o diferencia, esta percepción es un juicio de nuestra alma.
            Luego el juicio procede de la comparación de dos ideas; la comparación de la atención dada a cada una de estas dos ideas, y se debe la atención a la dirección de nuestros sentidos a un objeto particular.
            Etas tres operaciones son simultáneas en nuestra alma, como lo podemos conocer por nuestra propia experiencia. Siempre que hablamos formamos uno o muchos juicios, sin advertir que nuestra alma atiende o compara para formarlos. Obrando las tres al mismo tiempo, nuestra alma percibe por ellas al mismo instante una relación de semejanza o de diferencia, que constituye el juicio.
            Mas si queremos expresar este juicio con palabras, tendremos que separar estas operaciones. Así, representaremos por medio de dos palabras las dos ideas de que consta necesariamente cada juicio; y hecha la comparación, representaremos por medio de una tercera palabra la relación de semejanza o de diferencia que se advierte en las dos primeras. De ahí se ve cómo las operaciones de nuestra alma se analizan con palabras o lo que es lo mismo, con el discurso.
            Si el juicio expresado con palabras constituye la proposición, este juicio Rodríguez es arquitecto se llamará proposición; y hallaremos en ella el análisis de las operaciones que hizo nuestra alma para formar este juicio.
            Luego toda proposición consta de tres palabras. La primera se llama sujeto, la segunda atributo; ambos son seguidos de dos ideas que hemos comparado; y la tercera, que es signo de la operación de nuestra alma, se llama verbo.
            Las proposiciones son simples o compuestas; simples cuando constan de tres palabras o de dos, porque en este caso el verbo y el atributo se confunden en una misma palabra. Así, yo hablo es una proposición simple, que equivale a yo estoy hablando.
            Se llama proposición compuesta la que contiene en compendio varios juicios, como la siguiente: “Rodríguez tiene ingenio, osadía, talento”. Es claro que en esta proposición hay tantos juicios cuantos atributos que se refieren a Rodríguez por medio del verbo que se suple en cada uno de ellos.
            También puede una proposición ser compuesta respecto del sujeto, como se advierte en ésta: “Rodríguez, dotado de un alma sublime, superior a todos los obstáculos, formado por los mejores modelos, tiene ingenio, osadía, talento”. Dotado, superior y formado son otros tantos atributos que se refieren a Rodríguez por medio del verbo que se suple en cada uno de ellos.
            Por último, los varios miembros de que se compone un período son otros tantos juicios, que se refieren al sujeto o al atributo de una proposición principal, como lo podemos ver en el primero y segundo párrafo del trozo mencionado.
            Se infiere de esta doctrina que un juicio es simple, y que una proposición es compuesta cuando encierra en sí varios juicios.


Número 4.º
[Análisis de los términos de una proposición].

El sujeto, el verbo y el atributo, que también suelen llamarse términos de una proposición, tienen sus oficios respectivos. El sujeto representa la cosa de que se habla, el atributo la calidad que se juzga que tiene, y el verbo refiere la calidad del sujeto.
            Primero. El sujeto representa la idea de una cosa que existe o la idea de una cosa que miramos como existente. En el primer caso se contrae únicamente a la cosa que representa, distinguiéndola de cualquier otro individuo, por lo que se llama nombre propio, como Madrid, Tajo. En el segundo comprende en su significación una clase de muchos individuos, como hombre, caballo, y se llama nombre general.
            Luego el nombre propio expresa la idea que tenemos de un individuo, y el nombre general una clas de muchos individuos.
            La idea de un individuo es una idea de sensación, pues no la tendríamos si los sentidos no presentasen este individuo a nuestra alma, y los sentidos no le presentarían si no existiese verdaderamente. Al contrario, la idea que tenemos de una clase es una idea de reflexión, pues los sentidos no presentan esta clase a nuestra alma, sino que la formó ella de por sí, por medio de varias expresiones; luego el nombre general no representa una cosa que existe verdaderamente.
            Consideremos ahora las operaciones que hizo el alma para lograr la idea de una clase. Los sentidos le presentaron sucesivamente varios individuos, a quienes dio su atención, primera operación; comparó estos individuos unos con otros, segunda operación; juzgó que tenían varias calidades comunes, tercera operación; dio al alma la idea de un conjunto de calidades comunes de muchos individuos, cuyo conjunto se representa por la palabra clase, o lo que es lo mismo, por la de nombre general.
            Así como hemos formado varias clases de individuos que existen, formaríamos también varias clases de las calidades que percibimos en los individuos. Tales son las clases representadas por las palabras blancura, olor, virtud.
            Se infiere de estos principios que el sujeto de una proposición representa indistintamente un nombre propio o un nombre general, cuyos nombres se reducen comúnmente al de sustantivo.
            El atributo representa un nombre general, como en la proposición “Rodríguez es arquitecto”, o un adjetivo, como en esta, “Rodríguez es ingenioso”. Consideremos ahora el carácter de esta última palabra. El adjetivo determina siempre el substantivo, y se podría llamar incidente, pues hace el mismo oficio que la proposición de este nombre. En hombre ilustre, la palabra hombre representa la idea de un nombre general, y la palabra ilustre determina esta idea, haciéndola considerar con la relación de ilustre. En vuestro padre, la palabra vuestro determina la idea padre, pues señala la relación que tiene con vosotros. En este libro, la palabra este determina la idea de libro, porque manifiesta la relación que tiene con lo que indica. Y generalmente todo adjetivo añade a la idea principal otra idea, que por esta razón se llama adjetiva.
            Estas tres relaciones suponen tres juicios de nuestra alma. No conoceríamos, verbigracia, la relación que existe entre hombre e ilustre, sin haber comparado estas dos ideas. Luego cuando decimos hombre ilustre significamos que la idea de hombre conviene con la de ilustre, o lo que es lo mismo, que la primera tiene relación con la segunda. Conforme a esto, hombre ilustre es lo mismo que hombre que es ilustre; vuestro padre, lo mismo que padre que es vuestro; este libro; lo mismo que libro que es este. Dónde se ve claramente que los adjetivos tienen el mismo oficio que las proposiciones incidentes; eso es, el de determinar los substantivos.
            Los substantivos con preposición tienen también el mismo oficio que los adjetivos y las proposiciones incidentes. Hombre de ingenio es lo mismo que hombre ingenioso, o lo mismo que  hombre que es ingenioso. Sentaremos pues por principio general que las proposiciones incidentes, los adjetivos y los substantivos con preposición se identifican, y que todos ellos determinan los substantivos.
           
Número 5.º
[Análisis del verbo]

El verbo, según hemos dicho, juzga de la relación de semejanza o de diferencia que existe entre el sujeto y el atributo; de donde se podría inferir que no hay más que un verbo en el lenguaje. Mas los hombres procuraron reducir la expresión de sus pensamientos a un corto número de palabras, por cuya razón impusieron a una sola palabra la significación de varias relaciones, que deberían expresarse con distintas palabras.
            Así unieron la idea del verbo estar con la idea de un adjetivo, expresando las dos con una sola palabra, cual es vivir, amar, estudiar, en lugar de estar viviendo, estar amando, estar estudiando; y estos compuestos se llamaron también verbos.
            Además de esto, imaginaron varias terminaciones del verbo, para expresar con ellas varias relaciones:
            1º con un sujeto conocido por medio de esta terminación, y que por lo mismo puede suplirse en el discurso;
            2º relación con el número de sujetos; si es uno se dice estudio, si son muchos, estudiamos;
            3º relación al tiempo, estudio ahora mismo.
            Si tomamos por punto fijo del tiempo un momento determinado, estableceremos tres divisiones: tiempo presente, tiempo pasado o perfecto, y tiempo venidero, cuyos tres períodos se señalan con distintas terminaciones del verbo.
            La acción, una de las calidades transitorias de un sujeto, puede tener relación con dos períodos. De ahí nuevas terminaciones del verbo, conocidas bajo los nombres de imperfecto, pluscuamperfecto, imperativo.
            Por último, todos estos tiempos reciben distintas terminaciones en las proposiciones subordinadas, lo que constituye la diferencia de tiempo del indicativo y tiempo de subjuntivo. Tales son las relaciones expresadas con las terminaciones del verbo; veamos las que le acompañan.
Cuando se dice la naturaleza ostenta, se puede preguntar: ¿qué es lo que ostenta? Toda su majestad; donde se ve que majestad es objeto del verbo. Luego si hemos hallado una relación entre el sujeto y su calidad, comparando el primero con la segunda hallaríamos del mismo modo una relación entre el sujeto y el objeto del verbo. Esta relación no se expresa en el discurso sino por el lugar que tiene el objeto, pues suele posponerse al verbo; y cuando no, se alcanza esta relación por medio del buen sentido.
            La naturaleza ostenta su majestad a todos los hombres, es otra relación expresada con la preposición a; porque la calidad del sujeto se dirige o se termina en todos los hombres, porque todos los  hombres  se llaman término del verbo.
            En una de aquellas grandes escenas; relación del lugar, señalada con la preposición en.
            Se inflama con el deseo de gloria; relación de causa, señalada con la preposición con.
            Dos brazos de su falda; relación de pertenencia, señalada con la preposición de.
            Bastan las relaciones que acabamos de apuntar para formar concepto de las demás, cuyo número es considerable, y con esto concluimos el análisis del discurso, puesto que le hemos dividido en varias partes, y subdividido éstas en proposiciones principales, subordinadas, incidentes, simples y compuestas; hallado en cada proposición substantivos, adjetivos, verbos y preposiciones, y visto cómo unas palabras sirven para determinar otras. He aquí pues el discurso reducido a sus elementos, y acabado su análisis.
  

Número 6º
[Observaciones sobre el análisis del discurso]
           
Con el análisis que acabamos de hacer hemos reparado que muchas palabras se suplen en el discurso con motivo de darle más precisión. Esta calidad del discurso es muy grata al que escribe y al que lee, al que habla y al que oye, porque con ella unos y otros logran más pronto su intento. Las percepciones de nuestra alma son obra de un instante, más su expresión exige todo el tiempo necesario para descomponerlas. Percibiendo varias ideas al mismo tiempo, desearíamos, si fuese posible, expresarlas del mismo modo; mas no pudiendo ser esto, nuestro mayor gusto pende de la mayor precisión. Cuando más se reduce el tiempo, tanto más pronto se verifica la expresión y tanto menos trabajo cuesta la descomposición. A esto se puede atribuir el origen de las palabras compuestas en el discurso. El adverbio, el pronombre y la conjunción, por ejemplo, no representan una sola idea, sino varias ideas, que deberían expresarse con distintas palabras. Por esta razón no tratamos de ellos en el análisis.
            Consideremos ahora estas palabras compuestas, y veamos a qué elementos se reducen.
            El adverbio equivale a un substantivo con preposición: se dice prudentemente, en lugar de con prudencia; mas, en lugar de  en cantidad superior, y así de los demás.
            El pronombre equivale algunas veces a una proposición compuesta, como venid  a ver a un rey a quien los reyes pagaron tributo, a un soberano de quien eran vasallos ocho soberanos, al monarca más célebre de su siglo, al más sabio de Europa, y todos menos su corazón le faltaron.  Donde vemos que el pronombre le representa las cuatro partes de que consta esta proposición.
            La conjunción encierra en sí el pensamiento o la idea que se acaba de expresar, uniéndola con la que sigue. Tales son las siguientes: entonces, en lugar de en aquel tiempo; así, en lugar de esta suerte; pues,  en lugar de  por consiguiente.
            La conjunción y  entre dos substantivos, como orador y poeta, manifiesta que se va a hacer respecto de poeta el mismo juicio que se hizo de orador.
            Por último, la conjunción que suple el lugar de varias palabras, como dícese  que la jurisprudencia es el alma de la sociedad. La conjunción que en esta proposición es una expresión abreviada, que corresponde a esta otra: dícese una cosa que es la jurisprudencia, etc; donde se ve que su oficio es unir la primera proposición con la segunda.


Resumen
[Primera parte]

Primero. Nuestros pensamientos se contraen a cosas que existen en la naturaleza o a cosas que miramos como existentes.
            Segundo. Una cosa que existe es un conjunto de calidades, porque las calidades de las cosas son todo lo que podemos percibir en ellas.
            Tercero. Las calidades pueden ser esenciales o transitorias. Animado es una calidad esencial del hombre. La acción de sus miembros es una calidad transitoria, porque pende de su voluntad.
            Cuarto. En una cosa que existe consideramos las calidades esenciales y transitorias; mas en una cosa que miramos como existente prescindimos de las transitorias, y solo consideramos las esenciales; de donde se infiere que la idea de las primeras es de sensación, y la de las segundas de reflexión.
            Quinto. La palabra que representa la idea de una cosa que existe se llama nombre propio. La que representa la idea de una cosa que miramos como existente se llama nombre general. Ambos tienen nombre de substantivos.
            Sexto. El nombre propio siempre es sujeto; el nombre general puede ser sujeto de una proposición.

[Segunda parte]
            Primero. Las cosas tienen entre sí varias relaciones; luego las mismas relaciones habrá entre nuestra ideas.
            Segundo. Percibimos estas relaciones por medio de una operación de nuestra alma.           Tercero. Una cosa puede tener relación con otra cosa, o con una o varias calidades.
            Cuarto. Para expresar estas relaciones en el discurso usamos de nombres generales, adjetivos, proposiciones incidentes y substantivos con preposiciones que se refieren al sujeto por medio del verbo expresado o suplido.
            Quinto. El adjetivo, llamado así porque siempre se une al sustantivo, expresa en el discurso lo que se refiere al sujeto.
            Sexto. El adjetivo, la proposición incidente y el substantivo con preposición son siempre atributos de una proposición.
            Séptimo. El verbo es el signo de una operación de nuestra alma, que juzga de la relación de semejanza o diferencia que existe entre el sujeto y el atributo.
            Octavo. Damos también el nombre de verbo a una palabra compuesta que comprende el verbo verdadero en adjetivo y varias relaciones expresadas con sus terminaciones, aunque algunos los diferencian llamando verbo substantivo al primero y verbo adjetivo al segundo.
            Noveno. Las demás palabras compuestas que vemos en el discurso se reducen a las que acabamos de señalar, como el pronombre, el adverbio y la conjunción.

No comments:

Post a Comment